Escribo este artículo con el ánimo de compartir una historia personal que, a priori puede ser percibida por cualquiera de nosotros como dolorosa, pero que me ha permitido vivir una increíble experiencia de aprendizaje personal.
Tengo 54 años y desde hace, aproximadamente, unos 25 mi espacio profesional está vinculado a la gestión de personas, ya sea por ser parte esencial de mis responsabilidades en distintas compañías o por ser el centro de los servicios que se prestan desde las mismas. Conceptos como influencia, colaborador, escucha, confianza, toma de decisiones, etc. me han acompañado desde entonces, y estaba convencido de que los entendía y los tenía perfectamente integrados en mi modelo de liderazgo…hasta que llegó el día de la desconexión.
Todo empezó una tarde de verano que aproveché para descansar. Estoy solo en casa. Son las 17:45h. Me despierto. Me incorporo de la cama, sentándome en el filo de ésta. ¿Dónde está mi brazo derecho? Se ha quedado atrás. Como escondido. Desde el codo a la punta de los dedos está fuera de mi control. Me lo siento “acartonado” y con “hormigueos”. Pienso que me he quedado dormido sobre mi brazo. Estoy tranquilo. Busco mis zapatillas de deporte con mis dos brazos y veo como el derecho se balancea sobre una de mis zapatillas sin precisión ninguna. Observo que los dedos de mi mano derecha se apiñan uniéndose en sus yemas…como una flor cerrada. No soy capaz de coger los cordones de las zapatillas. No soy capaz de mover los dedos. Soy como un “muñeco sin pilas”, pero estoy tranquilo. Pasan unos segundos y mi brazo poco a poco vuelve a “unirse” a mi cuerpo. Queda de nuevo integrado. Ya sigue mis instrucciones. Los dedos recuperan su movilidad y soy capaz de ponerme las zapatillas. ¿Esto es un ictus? Sí, a las 21h, en el hospital, me diagnostican y me comunican personalmente que sufro un ictus isquémico con daño cerebral grave. Me lo transmiten con claridad y con dulzura, o al menos así lo percibo yo. Esta información no me perturba mi continua sensación de paz, tranquilidad y armonía interior. ¿Cómo es posible que ante una situación de alto riesgo mi respuesta sea esa? ¿Cómo soy capaz de gestionar esta situación de estrés? La respuesta puede estar en “la escalera de inferencias” de Chris Argyris. Ese día “subí” la escalera como cada día lo hacemos cada uno de nosotros cientos de veces: tomé datos de la realidad, los interpreté según mis creencias, emití mis juicios, sentí una determinada emoción y llevé a cabo una acción. Pero la subí siendo un observador diferente. ¿Qué cambió?
Como sabemos, nuestro cerebro está dividido en dos hemisferios, con funciones diferenciadas. Nuestro “cerebro izquierdo” es lógico, numérico, literal, lingüístico y
responsable de la motricidad derecha. En cambio, nuestro “cerebro derecho”, es holístico, emocional, experiencial, reflexivo, contextual y responsable de la motricidad izquierda. Hasta el momento de la desconexión es mi cerebro izquierdo de manera inconsciente, en general, el que me indica y dicta cómo “subo” por la escalera… “Él” está al mando.
El resultado del TAC desvela una oclusión en mi arteria cerebral media por un coagulo que proviene del corazón. Al no llegar suficiente sangre al cerebro, las células nerviosas se ven privadas de oxígeno y nutrientes, y si el flujo sanguíneo no se recupera inmediatamente, mueren. La zona infartada se localiza en el hemisferio izquierdo. Las consecuencias más visibles durante el período de desconexión de parte de mi hemisferio izquierdo son la pérdida de movilidad de mi brazo derecho durante los primeros instantes del ictus, la hipoestesia o entumecimiento de la mano y antebrazo derecho durante aproximadamente tres horas, leve parálisis facial, o la afasia o dificultad de hablar y escribir desde que salí de casa hasta ingresar en la unidad de ictus en el hospital tras la intervención. De todas estas me recuperé milagrosamente en un período extraordinariamente corto de tiempo. Sin embargo, un cambio más profundo e invisible a simple vista se había producido en mí: la consciencia plena de vivir en el ahora. El ictus “obligó” a que mi cerebro izquierdo dejara de liderarme, y el derecho aprovechó su oportunidad. Le costó, es cierto, porque durante los primeros instantes, la soberbia de mi hemisferio izquierdo me decía que era invulnerable. Me cuestionaba que pudiera estar sufriendo un ictus. Incluso mantenía parte del “mando” cuando decidí no llamar al 112, y encaminarme a la parada de taxi más cercana por mis propios medios. Sin embargo, desde el momento en que abrimos tímidamente (mi hemisferio derecho y yo) la opción de tener una fisiología vulnerable, me sentí más libre. Eso fue lo que realmente cambió y me permitió “subir” por la escalera siendo un observador diferente. Ya no interpretaba lo que me pasaba desde la exigencia y juicios de mi hemisferio izquierdo, ahora disfrutaba de un presente sereno y consciente. Este cambio de “mando” en mi centro de operaciones me permitió experimentar una extraordinaria sensación de serenidad cuando las circunstancias “exigían” otra respuesta más teóricamente lógica.
La enfermedad neurológica me regaló, por tanto, la oportunidad de vivir la potencialidad que tiene nuestro cerebro en la construcción o desconstrucción de nuestros juicios, emociones y conductas. Entender por tanto los procesos de funcionamiento del cerebro, desde la neurociencia, nos permitirá mejorar el liderazgo que ejercemos en nuestro ámbito profesional.
Si entendemos el liderazgo como la capacidad de influir en los demás para la consecución de determinados objetivos, podemos aceptar que el autoliderazgo es la capacidad que tenemos de influenciar intencionadamente sobre los juicios, emociones y comportamientos propios. El episodio de “desconexión” me reveló que es factible hacerlo de manera involuntaria. El trabajo que tengo por delante es provocarlo de manera consciente mejorando para ello el conocimiento neurocientífico aplicado a la gestión de personas, la toma de decisiones, la creatividad, la motivación y la gestión del cambio.
Ya estoy plenamente recuperado. No tengo “desconectado” mi hemisferio izquierdo, pero guardo, cuido y practico el aprendizaje vivido. Trabajo conscientemente qué tipo de liderazgo quiero ejercer. Estoy comprometido con ello y lo decido cada día…con mis dos hemisferios.